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Molina Sánchez. Centenario (1918-2018)
0 1832Nunca hablaría de un Molina Sánchez espectacular; primeramente, porque él no lo era; y, en segundo lugar, porque se volcó en una pintura, que nunca ofreció espectacularidad, pero que sí fue recorriendo distintos períodos, que demostraron cómo trascurrían, nunca se agitaban, los sentimientos del pintor. Así llegó a realizar una obra, que me atrevo a definir como trascendente, pero que no encuadraría en ninguna de las etapas de mayor brillantez. Es que Molina Sánchez no fue el pintor de los ángeles, como tanto nos gusta bautizarlo; ni el de aquellos paisajes africanos, que se abrían a los colores de una selva natural; tampoco el de los rincones portugueses, de los que tanto se enamoró. Yo he encontrado en este querido artista constante jerarquía de valores, que respondieron a etapas muy concretas de emociones. Por encima de todo, habría que ocuparse de una belleza espontánea, que sí se capta, al momento, en sus cuadros. Los hay de varios estilos, porque, como dicho queda, son la respuesta a un momento determinado, en el que el artista fluctuaba, pero insisto que siempre lo hacía con la máxima espontaneidad. Parece como si en cada momento de su trayectoria él hubiese querido saciar las expectativas del espectador, pero sin recurrir a falsas zarandajas; sino con la autenticidad de una respuesta muy personalizada.
Cuando nos encontramos con un autor como Molina Sánchez, si difícil es descubrir dónde está el mejor pintor, más difícil es hallar una obra de minucias. Por simples que sean sus dibujos, se advierte, de inmediato cómo ahí brotan los pinceles de este pintor, que siempre ha creído adecuadamente trazadas las líneas; o, cuando de colores se trata, ahí queda, en óleos, acuarelas y dibujos, la suficiencia hecha realidad. Diría que en toda la pintura de nuestro admirado Molina Sánchez sobrevive no la insoportable levedad del ser, que abrumaba a Kundera, sino esa otra levedad, que hace las cosas intangibles, transparentes y luminosas, y que solo muestran lo necesario, pero siempre con una belleza incuestionable.
Pedro Soler
José Antonio Molina Sánchez nace en Murcia en junio de 1918 y queda huérfano a la edad de seis años. Desde su niñez muestra notables dotes para el dibujo y la pintura, asistiendo a clases de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y el Círculo de Bellas Artes.
En el año 1941, realiza su primera exposición individual y en 1942 inicia su estancia en Madrid donde compartiría un humilde hospedaje con el historiador Julián Gallego. Frecuenta el Café Gijón, punto de encuentro de escritores y artistas. En 1948 comienza su relación con Portugal: exposiciones en Lisboa, Oporto, Coimbra, Évora y Madeira, siendo galardonado con el premio Francisco de Holanda en la Exposición Internacional de Arte Moderno de Lisboa. En 1952 se casa con Amparo Molina Niñirola, fijando su residencia en Madrid.
Durante las décadas 50’ y 60’ expone en Strasburgo, Madrid, Santander, Salamanca, Ginebra, Basilea, etc., participando, así mismo, en las bienales hispano-americanas de Arte en Madrid, La Habana, Barcelona, Venecia y IV Bienal de los países Mediterráneos en Alejandría. Recibe importantes premios nacionales: Medalla de Oro de las Bellas Artes, Palma de Oro del Sureste, Espiga de Plata y Oro de Albacete, II y I Medalla de Dibujo en la Nacional de Bellas Artes…
Durante 1965 viaja a África: Luanda, Sto. Tomé, Angola, Ciudad del Cabo… Consecuencia de este recorrido serán sus valoradas obras de tema africano. Los años 70’ y 80’ reflejan una actividad sin pausa, produciendo sus series de figuras angélicas, en mediano y gran formato, que llegan a ser una constante en su pintura.
2001 sería un año de profunda tristeza para el pintor, al sufrir la muerte de su esposa. En sus últimos años recibe La Encomienda de Isabel la Católica y la Medalla de Oro de la Región de Murcia. Molina Sánchez muere el 16 de diciembre del año 2009.
Horario:
De 12 a 14 h y de 17 a 21 h.
Inauguración:
miércoles 24 de octubre de 2018, a las 20 h.