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Molina Sánchez y la neofiguración
0 1926En 1968, M. García-Viñó publicó un ensayo que, bajo el título de Pintura española neofigurativa, analizaba un fenómeno artístico hasta cierto punto infravalorado por la historiografía oficial: la reacción de un grupo nutrido de pintores frente a la hegemonía del Informalismo. Escrito en perspectiva, años después de que las últimas brasas de esta corriente se hubieran aparentemente apagado, García-Viñó analiza en su libro la obra de una serie de autores que, entre 1958 y 1961, transitaron por ese hito denominado Neofiguración. Entre los nombres destacados, figuran creadores que, evolucionando desde una figuración esquemática poscezanniana y pospicassiana, apostaron por un regreso a la realidad después del fulgor informalista: Ángel Medina, Zacarías González. José Jardiel, Vaquero Turcios, Mignoni, Barjola, Hernández Mompó, Genovés o Francisco Moreno Galván . En un momento histórico en el que cualquier artista estaba obligado a elegir entre la vanguardia de las nuevas formas de la abstracción y el conservadurismo de la figuración tradicional, tales nombres fundaron una vía intermedia, en el que los lenguajes de ambos extremos fueron fusionados y sometidos a reelaboraciones sugerentes. La Nefiguración –término por otro lado comodín, empleado en varias ocasiones a lo largo del siglo XX para calificar diferentes aggiornamentos de la causa figurativa- surgía así como un intento de reconciliar estética y discursivamente dos orillas lingüísticas hasta el momento consideradas como antagónicas: la abstracción informal y la figuración. Se trata, por tanto, de un estilo de síntesis, en el que el gesto pictórico, los empastes, los drippings propios del Expresionismo abstracto y del Informalismo, cohabitaban con la labor constructiva del dibujo.
Uno de los aspectos más llamativos del libro de García-Viñó es el olvido mayúsculo de un pintor como José Antonio Molina Sánchez, el cual no es mencionado en ningún momento de su análisis. Esta omisión resulta tanto más llamativa cuanto que confluyen dos circunstancias nada menores, y que no son fáciles de soslayar: en primer lugar, que, en ese periodo comprendido entre finales de los 50 y comienzos de los 60, Molina Sánchez experimenta un reconocimiento crítico por parte de algunos de los principales prebostes de la literatura artística nacional, que lo colocan a la cabeza de su generación ; y, en segundo, que frente a casos como los de Barjola, Genovés, Hernandez Mompó o Mignoni, cuyo paso por la Neofiguración es efímero y consecuencia de un periodo de tentativas y de búsqueda de una identidad formal, para Molina Sánchez el lenguaje neofigurativo supondrá una suerte de sólido y resistente cimiento sobre el que se asentará su pintura durante casi dos décadas.
Pedro A. Cruz Sánchez
HORARIO
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