Jesús despojado de sus vestiduras, Frans Francken II
El tema central de la obra que nos ocupa es la décima estación del Vía Crucis, cuando Jesús es despojado de sus vestiduras. Frans Francken el Joven lo enfoca, como en casi todas sus pinturas, bajo un aspecto narrativo. Así lo demuestran los distintos planos en los que se representa a los personajes que se agrupan alrededor de la figura protagonista.
Jesús aparece en el centro de la pintura y está acompañado por otros dos reos, una composición en la que existe acuerdo entre los evangelistas: «Y al mismo tiempo que a él, crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Mateo 27: 38; similar a Marcos 15: 27).
El instante preciso que nos relata Frans Francken es en el que Jesús está siendo despojado por los soldados romanos de su ropa y ya tiene en su cabeza la corona de espinas que le hace brotar sangre, que se desliza por su cuerpo. La corona de espinas fue la culminación de la burla de los soldados romanos, que tomaron una corona como símbolo de realeza y de majestad, y la convirtieron en algo doloroso y degradante. Sin embargo, el artista flamenco la pinta con una aureola que ilumina esa corona, una aureola que rodea también a la Virgen María, que aparece en otro plano.
Llama poderosamente la atención la gran aglomeración de personajes que invaden la composición. Francken sigue demostrando su conocimiento exacto de lo escrito en los Evangelios: «entonces los soldados lo llevaron dentro del atrio, al pretorio, y convocaron a toda la cohorte» (Marcos 15: 16). Por eso la pintura está llena de soldados romanos armados con sus lanzas con las que clavarían más y más fuerte la corona de espinas en la cabeza de Jesús.
Sin embargo, Cristo aguanta todas esas humillaciones y vejaciones con gran fuerza y dignidad. Lo que nos hace realmente ser conscientes del sufrimiento del protagonista es la presencia de la Virgen María. Francken la representa en un segundo plano presenciando la escena con las manos en su rostro y siendo consolada por sus acompañantes. La Virgen está observando cómo le quitan la túnica a su hijo arrancándole pedazos de su cuerpo que se habían pegado a la tela a causa de los golpes infringidos por los soldados durante el resto de las estaciones del Vía Crucis. En esta pintura de Francken, tanto el buen ladrón como el mal ladrón ya están despojados de sus vestimentas y listos para ser crucificados.
Mientras, Jesús aún está siendo desvestido entre los soldados que más tarde se sortearán su túnica, según se narra en la Biblia. Era común que los grupos de ejecución estuvieran compuestos por cuatro soldados y un centurión, y que estos pudieran reclamar los bienes de la víctima como parte de su salario (expollatio). La túnica queda intacta: es símbolo de la unidad de la Iglesia, una unidad que se ha de recobrar mediante un camino paciente, una paz artesana, construida día a día en un tejido recompuesto con los hilos de oro de la fraternidad, en un clima de reconciliación y perdón mutuo.
Finalmente, aunque no lo veamos en esta obra, no dejaron ni un trozo de tela que cubriera el cuerpo de Jesús. No tenía manto ni túnica, ningún vestido. Lo desnudaron como un acto de humillación extrema.
Volviendo a la corona, debemos indicar que, para los cristianos, la corona de espinas es un recordatorio de que Jesús fue y efectivamente es un rey. Un día, todo el universo se inclinará a Jesús como el «Rey de reyes y Señor de señores» (Apocalipsis 19: 16). De manera que lo que los soldados romanos pensaron como una burla, fue en realidad la imagen de esa función de Cristo. Además de la corona, Francken muestra otro símbolo que indica que Jesús es el Rey de los Judíos. Entre la multitud de personajes, detrás de Jesús puede verse un hombre que lleva una tabla de madera en la que aparece escrito «INRI». Esta inscripción que se puso en la cruz de Cristo, quiere decir «Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum» (Jesús de Nazaret, rey de los judíos), un título que fue escrito por Pilato.
Estamos pues ante una magnífica obra de Frans Francken el Joven, con la que consigue demostrar de nuevo su maestría a la hora de construir el espacio y los planos, así como su dominio en la representación de la expresión de los rostros de los personajes, cuyos ojos pinta de una manera muy característica (dos puntos negros en caras muy finas). En el Museo del Prado se encuentran quince obras del artista procedentes de las Colecciones Reales, doce de ellas con escenas del Antiguo Testamento, como la perteneciente a la colección Gerstenmaier.
Lo cierto es que Francken fue uno de los grandes innovadores de la escuela flamenca, ya que por primera vez incluyó animales, como monos entre otros, en sus escenas de género. Practicó temáticas muy variadas, como esta pintura que se enmarca dentro de los cuadros con escenas bíblicas que pintó, en los que reiteramos que las figuras son el centro de atención, encuadrados en magníficos paisajes con detalles minuciosos.
El estilo único de este gran artista está caracterizado por una composición suelta, un rico colorido y formas elegantes. Esta obra realizada sobre cobre, uno de los soportes predilectos de este pintor, está firmada en el ángulo inferior izquierdo y, además, aparece el número 215 de la Clasificación razonada de Frans Francken der Jüngere (1581-1642), realizada en 1989 por Ursula Härting. En dicho libro aparecen otras obras que representan también estaciones del Vía Crucis, como La sentencia de Jesús del Museo del Prado.
María Toral Oropesa
Comisaria de la Exposición
La obra puede contemplarse dentro de la exposición “De Rubens a Van Dyck, buscar la pintura y hallar la poesía”